lunes, 9 de julio de 2012

EL NIÑO Y LOS LOBOS: CUENTO PIEL ROJA



HABÍA una vez un guerrero piel roja, sencillo y generoso, y más dado a amar que a odiar, quien, cansado de las crueldades de su tribu y de la mezquin­dad y dureza de corazón de sus amigos, decidió ale­jarse de ellos.

Así que se adentró en el bosque con su mujer y sus hijos, abrió un claro en las orillas de un tranquilo arro­yuelo, y construyó allí su choza al estilo indio. Durante muchos años vivió feliz en su nuevo hogar, del que se alejaba únicamente para cazar animales salvajes cuya carne les servía de alimento, y cuyas pieles usaban para cubrirse durante los crudos inviernos.

Llegó, sin embargo, el momento en que el guerrero enfermó, y adivinando que iba a morir, llamó a su mujer y a sus tres hijos.

—Voy a dejaros —les dijo—, para ir en busca de las regiones de la Cacería Feliz. Tú, esposa mía, compa­ñera de mi vida, me seguirás antes de muchas lunas. Pero vosotros, hijos míos, sois jóvenes y tenéis vuestras vidas por delante. En el curso de ellas, tropezaréis con la maldad y el egoísmo, de los cuales huí para disfru­tar de paz en estos bosques. Mi corazón se sentirá tranquilo si me prometéis amaros siempre y no aban­donar a vuestro hermano menor.

—¡Nunca! —le respondieron, levantando la mano en señal de promesa solemne.

Al escuchar esto, el piel roja, tranquilizado, dejó caer la cabeza, y su espíritu voló en busca de las regiones de la Cacería Feliz.

Antes de la octava luna, tal como lo había anuncia­do, su mujer lo siguió, dejando solos a los tres hijos. Pero antes de morir, volvió a suplicar a los dos mayores que no abandonaran a su hermano menor, pues era demasiado pequeño y no podría bastarse a sí mismo.

—¡Nunca! —prometieron; y también ella se alejó tranquila a reunirse con su esposo.

Mientras la nieve cubrió la tierra y el viento helado aulló entre los pinos con más fuerza que los lobos, cumplieron los muchachos su promesa y cuidaron de su hermano menor con gran ternura y cariño.

Pero cuando llegó la primavera y los primeros brotes de hierba asomaron sobre la tierra, el mayor de los tres hermanos, que era ya mozo, sintió que su corazón se inquietaba, y un gran deseo se apoderó de él por cono­cer las gentes de la tribu de su padre y unirse a ellas en sus danzas guerreras.

Comunicó estos pensamientos a su hermana, quien le respondió:

—Querido hermano, no me extraña que desees mez­clarte con los jóvenes guerreros, ya que aquí nunca vemos a ninguno de nuestros semejantes. Pero temo que si buscamos satisfacer nuestros propios deseos, abandonaremos a nuestro hermano pequeño y olvidaremos nuestra promesa.

El joven no quiso escucharla. Por el contrario, reco­gió su arco y sus flechas, se cubrió con su manta, y una madrugada se alejó por el bosque. Llegó el verano, y pasó; cayó la nieve una vez más, y desapareció, pero nada volvieron a saber del hermano ausente.

Con el correr del tiempo, el corazón de la hermana empezó igualmente a tornarse frio y egoísta. Conside­raba al pequeño como una carga y un obstáculo cruel que le impedía dirigirse a la aldea india donde los jóvenes guerreros bailaban alrededor del Tótem, mien­tras las jovencitas los aplaudían.



Y un día le dijo al niño:

—Aquí tienes comida que será suficiente hasta la próxima luna. No te alejes de la choza. Yo voy a buscar a nuestro hermano, que se ha perdido, y cuando lo encuentre, regresare con él.

Recogió su manta, tomó su hacha y caminó a través del obscuro bosque hasta llegar a la aldea, en donde inmediatamente se enteró de que su hermano vivía allí con su joven esposa y era ya un guerrero notable. Al saber esto, no tuvo prisa alguna por volver a la choza solitaria, y cuando otro joven guerrero la escogió por esposa, pensó únicamente en él, y olvidó por completo a su hermano pequeño, abandonado en el bosque.

Este, mientras tanto, seguía viviendo completamen­te solo. Al principio todo marchó bien, pues al termi­narse la comida que su hermana le había dejado, pudo salir al bosque y alimentarse de bellotas y raíces.

Lentamente desapareció así el verano, y cuando el viento empezó de nuevo a soplar entre los pinos, al mis­mo tiempo que los lobos aullaban, y volvió la nieve a caer, Sintióse el pequeño en el más terrible desam­paro. Por las noches se acurrucaba en la choza o se escondía entre los árboles, aventurándose a salir únicamente durante el día, a recoger las migajas que los lobos dejaran.

Poco después, viéndose tan solo, sin ninguna compañía humana, empezó a hacerse amigo de los lobos. Cuando escuchaba su salvaje cacería en el bosque, los seguía para estar cerca a la hora en que la presa moría. Y mientras los lobos la devoraban, se sentaba con ellos, hasta que llegaron a conocerlo y le dejaban algunas sobras. Si los lobos no le hubieran socorrido así, segu­ramente hubiera muerto helado bajo la nieve.

Desapareció ésta, al fin; el hielo se fundió en el lago que llamaban Gran Mar de Agua, y los lobos huyeron hacia la ribera en busca de comida. El niño se les unió, feliz en la radiante primavera.

Y ocurrió que un día, el hermano mayor, el gran guerrero, pescaba en su canoa cerca del lago, cuando escuchó de repente, entre los pinos, la voz de un niño que cantaba como los indios:

"¡0h, hermano mío! ¡ven hermano! Convirtiéndome estoy en niño lobo, Pronto seré un enorme lobo."

Y al terminar el canto, se perdió la voz en un largo y triste aullido, el aullido de un lobo.

El guerrero sintió que la vergüenza y el temor se apoderaban de su corazón, al recordar la promesa hecha a sus padres y el amor que sentía por su hermano.

Rápidamente amarró su canoa, saltó a tierra y corrió a la orilla, gritando en dirección de los arboles:

— ¡- hermano, hermanito, Ven! aquí estoy!

Pero el niño era ya casi un lobo, hasta el punto de no haber podido terminar su canto en lenguaje hu­mano, sino con aullidos de lobo.

El guerrero volvió a llamarlo angustiosamente: -- ¡ hermano, hermanito! i Ven, ven...!

Pero mientras más gritaba, mas rápidamente huía el pequeño, como huyen los lobos de los cazadores indios, buscando seguridad entre sus hermanos. Según se iba alejando, su piel se volvía cada vez más gruesa. Pronto estuvo corriendo a cuatro patas, y un momento después aullaba como los lobos..., hasta que desapareció en las profundidades del bosque.

Con gran vergüenza y remordimiento en su corazón regresó el guerrero a la aldea, y él y su hermana llora­ron hasta el último día de sus vidas por la promesa no cumplida y por la pérdida de su hermano pequeño que, por culpa de ellos, se había convertido en lobo.


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